Las empresas han tenido que cambiar la lógica que las mueve para lograr compromisos perdurables con todos sus grupos de interés arraigados en valores y cultura, que les permita recuperar la confianza de la sociedad, tomar conciencia de la necesidad de convivir y buscar brindar un mejor servicio a la comunidad en donde desarrollan sus actividades.

Deben vivir una nueva realidad basada en comportamientos éticos y sostenibles, fortaleciendo los vínculos con sus grupos de interés para lograr un acercamiento emocional y recuperar la confianza pérdida ante la sociedad a través de relaciones dialógicas estables y permanentes.

El valor de una empresa radicaba en su competitividad, estaba asociada a recursos materiales, costos razonables, estandarización de producción y división de trabajo entre algunas otras. Sin embargo, desde hace algunos años el valor de una empresa se ha basado también en el saber hacer, en el conocimiento que fluye por la organización y en la constitución de su cultura.

“La primera gran potencialización de los intangibles es su capacidad de diferenciación. En la práctica totalidad de los mercados maduros resulta ya muy difícil obtener una diferenciación de la oferta comercial basada en actores funcionales”

En tiempos actuales, casi todos los productos cuentan con una calidad similar, precios parecidos que se pueden encontrar en diversos puntos de venta. Sin embargo, el valor de los intangibles no se puede copiar, un intangible como la marca o la reputación son recursos inimitables y únicos, fidelizan tanto a los clientes como a los empleados, generan empatía y atracción emocional, factores determinantes en las decisiones electivas ante un acto de consumo.